domingo, 13 de septiembre de 2015

EL QUINTO LOCO y otros relatos casi olvidados


Breve itinerario


 A José López Coronado
Chiclayo, domingo 13 de Setiembre de 2015.

Estimado escritor:

EL QUINTO LOCO y otros relatos casi olvidados.
Voy a referirle mi impresión sobre vuestro trabajo que muy gustoso he recibido de Ud. Pero debo comunicarle también que he visto a ese amigo suyo el vivo, a quien muy bien conoce y yo encontré de casualidad o es que él ya lo sabía (por el oficio que ambos conocemos), en mi regreso a nuestra ciudad. Se lo comentaré de la siguiente manera:

Es media noche y el aleteo de la sombra que siempre temo me ha seguido. A penas cierro los ojos, está riéndose en la ventana con una mueca que se multiplica con las otras sombras que se muestran a orilla de la oscura pista.
Tres de la madrugada, el sueño se ha quedado en el primer recodo del embarazoso bullicio de la ciudad en la que pernocto a diario. He decidido mantenerme despierto y ver la muerte a la cara en este nuevo descubrir de ideas, a la caza de una buena historia para humedecer esta noria que poseo en desierto. La sombra se detiene a mirarme desde los picos altos estorbada por la bruma de la madrugada. Observa pasar a gran velocidad el brioso corcel de hojalata allá abajo por la orilla del río y no se inmuta, seguramente será uno más de los que siempre vuelven.
Cinco de la madrugada, permanezco de pie con el torrente congelado en una aldea que empieza a despertarse. Camino o finjo caminar de un lado al otro en la pérgola de la plaza a usanza española. Los deportistas empiezan con su rodeo y sus saltos de calentamiento en derredor del perímetro. He olvidado el propósito del viaje. De pronto está en mí la imagen del hombre que he venido a conocerlo. Su rostro se disipa y estoy parado a mitad de la nada. No están los amigos que crecieron en la infancia, los juegos de la casa ausente. El griterío infinito de los recreos. Las coloridas gentes en un carnaval cualquiera. La mano amiga que se extiende sin dobleces se oculta por algún designio. Y me congelo hasta el último hueso de la osamenta.
Allí entre el frío de la ciudad aparece por fin con su imagen minimizada. Carga su escobilla de Zapatos y todos sus enseres, me mira, me reconoce al instante. Hay camaradería en su trato. Una y otra vez me advierte que pise bien en el tablero. Tengo los pies congelados como para hacer presión. Con un ligero golpeteo de cajón me ordena intercambiar los pies. Él es un hombre andrajoso que disimula desdicha, lo sé, yo soy un hombre que aparenta tranquilidad sobre un océano de incertidumbre. Y él lo sabe también.
Dan las seis y le pedido me acompañe a tomarnos un café y nos alejamos de la pérgola y de la iglesia que empieza a abrir sus murallas. Él sabe que no soy un hombre de fe, se aleja mirando y persignándose con dirección de la Cruz del campanario, aunque esto lo hace para confundirme, él es un gnóstico-naturalista.
Nos llaman la atención al tratar de ingresar con nuestras falsas identidades. Entonces se llena de reverencias ante el moderno establecimiento y me conduce al mercado popular, allí ha vuelto a conversar tan jocosamente que se olvida del joven cejijunto de traje que nos observó despectivamente a la entrada del establecimiento.
Sí, digo al fin. Es él, me ha encontrado y me embarga la alegría. Dan ganas de abrazar al primero hombre que nos saluda, que nos reconoce y se reconoce así mismo en nosotros. De improviso hay una feria en mi interior y le sigo como el niño que se fue y al parecer nunca salió de esta meseta, lleno de candidez. Llega a mí el rumor de las aguas del río, abajo en la ensenada, y los otros ríos con sus aguas claras y frescas que bañarían tempano las almas  de la parte baja del poblado, que él diría que hay buena fortuna en todo esto. Él, el vivo, es decir el hombre que me conduce por los vericuetos de la ciudad con su cajita de lustrabotas para engañar al destino, me ha hecho ver que siempre estuve congelado allí en esa esquina de la catedral esperando su regreso. 
Tomados los cafés nos despedimos. Más tarde vuelto en mí, encuentro al mismo hombrecito deambulando entre la plaza frente a la catedral, es allí donde decido entrevistarme con su autor José López Coronado (Chota 1961). Y contarle de nuestro secreto encuentro con el vivo, a espaldas suyas, personaje que ahora deambula, En mangas de camisa por las frías calzadas de la ciudad, desde muy temprano se filtra en cualquier hombre y está allí atento a los que volvemos en busca de algo, como recién salido del libro de relatos El Quinto Loco y otros relatos casi olvidados-2015. Aunque el estuviera quizás desde la fundación misma de la ciudad y mucho más antes.
Y En mangas de camisa, el relato pórtico en el que se da vida a un personaje inusual, Guillermo Huanambal presentado como el vivo, personaje mimetizado con el narrador, en el que se cuenta episodios del oficio de este hombre que se gana la vida en la cábala, es decir adivinado la suerte y el sino de las gentes que de pronto es el suyo propio, para lo cual tiene que aceptar el maltrato y aun el insulto. Donde la desdicha ha hecho de este hombre un ser impermeable ante la inclemencia de la naturaleza, él ha aprendido a soportar los designios que de ella se emiten y sin embargo sale bien librado, tanto que ni siquiera el clima hace mella en su figura que anda literalmente “en mangas de camisa”. Entre sus cualidades puede rescatarse la perseverancia ante la fatalidad que le ha tocado vivir y dentro de lo que se podría expresar como forma de mitigarlo, es su afán de súper-hombre, que ha renunciado a las comodidades, a los amigos y a las migajas de solidaridad de sus conciudadanos, donde demanda una equidad y un trato justo. Aunque él un hombre ya entrado en años, sea vejado por considerarlo injustamente un bribón.

El vivo,  el hombre avanzado en edad, presenta su historia (que podría recaer y multiplicarse en los seres marginados en todas las ciudades donde se acelera la brecha de la modernidad), en un juego de planos en el que se denuncia el maltrato de estos seres con una cuota reflexiva y pícara.

La historia del relato se desenvuelve en la ciudad de Chota, dado que se mencionan lugares como el Colegio San Juan, lugar donde el autor ha hecho de su profesión una pasión. Y la misma ciudad es mencionada por su autor al final del relato.

Al autor, mi gratitud, por compartir su trabajo y su tiempo a pesar de las prisas de la vida. Y la creación de personajes que pueblan y tejen sus propias historias entre los “vivos”.

No encontré otra mejor manera de expresar mi gratitud y consideración. Y con el Infortunio de Mallarmé me despido:
Por sobre el asombrado hato de los humanos
Agitaban con brillos las salvajes melenas
Los mendigos de azur a pie por nuestras sendas.


Vuestro amigo.

Marcos M. Coronado

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