El llamado de Uchima-Chikan
(relato)
No sé si respiraba, lo cierto es que la
sangre se me heló de repente. Y permanecí ahí como una estatua bajo la luna.
Han pasado algunas horas y es cuando me pongo a rememorarlo para evitar el
olvido, porque la memoria sometida a los excesos a veces se vuelve frágil y
vulnerable como los bambúes agitados de la orilla. Pero estoy segura que los
veía alejarse a contra corriente. Los veía perderse en la distancia.
Era fiesta de San Juan, la fiesta que nos
hace volver a la tierra que nos vio nacer, y celebrar el deceso del mensajero del
cristo y comerse la cabeza del profeta al ritmo del wanqara cual seres primitivos y errantes. Eso pienso. Crecí al
margen izquierdo del Huallaga, ahí donde sendero mató a mis padres y los
cuerpos aún cálidos y humeantes los arrojaron en una moyuna ─a pocos metros
del majestuoso puente─. Esta, se los tragó para siempre en su larga tráquea de
serpiente. Cada noche imploraba a orillas de las aguas, los devolviera, hecho
que jamás sucedió. También aquellos han desaparecido. Nos dejaron una huella
imborrable. Ahora, soy estudiante de la facultad de letras en la universidad de
los Caballeros de León, fui becada por esa extraña ironía del destino. Digo
extraña porque si no fuera por los convulsos noventas y dos mil, no hubiera
tenido la oportunidad de llegar siquiera a terminar la educación básica. Un día,
un becario apareció en el recodo del río seguido por otros hombres uniformados
y luego me arrancaron y trasplantaron entre libros y más libros. Estoy
agradecida por ello, sin embargo, los eventos inexplicablemente sucedidos, no hubieran
tenido lugar jamás de no haberme alejado.
Los sueños y las pesadillas me han
acompañado toda la vida. Y a medida que iba creciendo, por las noches se iban
presentando situaciones más desafiantes; como si en los días fuera una persona
de lo más normal y tranquila y por las noches, en los sueños, emergía otra
historia paralela en la que era habitual sortear los peligros de quedarse
atrapada para siempre. Era prisionera de aterradores espasmos catatónicos pero
debía seguir respirando y esperar el lento amanecer y con los primeros rayos de
luz levantarme jadeante y húmeda. Y otra vez la noche siguiente volver a la
zona habitual de lo onírico donde cobraba vida lo insondable. Donde la
naturaleza en su conjunto cobraba vida reclamando algo que entonces desconocía.
¿Qué quería de mí, una muchacha que apenas empezaba a ser mujer? Tiempo después
lo comprendería.
Esta es otra de las tantas noches que he
permanecido en vela. Antes de ayer tuve un sueño menos extraño que los que
acostumbro y por eso me sobresalté. ¿Sería un adagio? Pues no podría saberlo.
Lo cierto es que en la oscuridad busqué a mi hijo, mi mano somnolienta y ciega
recorría bajo la sábana, de repente logré tocarlo por la espalda y una piel
fría salió a mi encuentro, despertó de un sobresalto; él, ya estaba resfriado,
lo arropé cuanto pude para evitar alguna complicación de los bronquios. (Se
había vuelto muy enfermizo). Debo decir que he vivido sola con él,
protegiéndolo como es menester de cualquier madre. Sobre todo porque un hijo es
un regalo muy especial. Su padre, un machaco universitario apenas convivió
conmigo unos meses y antes de que fuera a dar a luz desapareció sin dejar
rastro, de ahí han trascurrido tres años, los mismos que he tenido que vivir
con la caridad de las gentes. Omitiré algunas cosas. Él se fue y eso nadie
puede cambiarlo. He tratado de sobrevivir haciendo los mandados en las casas y
familias de la ciudad, como dije, de los Caballeros de León de Huánuco. Mi hijo
crecía y empezaba a imitar los gemidos humanos, tratando ya de hacerse de sus
primeras palabras. No necesité de su padre, o tal vez sí, pero no estuvo ahí
cuando los dolores me asediaban como si fuera a traer al mundo una criatura gigantesca
y de otra dimensión y tiempo. Todos nos sorprendimos, era un bebé recio, al que
llamaron Uchima porque ni bien nació intentó levantarse y arrastrase en las
mantas, aun siendo un bebé nacido antes de tiempo. Pero la partera, esposa del
viejo japonés que no salía de su asombro, prefirió llamarlo Chikan, no pude
oponerme ya que les debía prácticamente la vida de ambos, ellos, eran unos ancianos
de las afueras de la ciudad quienes me acogieron desde el principio y por tanto
podían llamarlo como quisieran.
Pero estaba en lo de la otra noche. Habíamos
de volver antes de los parciales. Recogería al niño de la pareja de ancianos
que tenían un puestito de remedios amazónicos en el mercado popular y en la
tarde nos enrumbaríamos por la serpenteante orilla del Huallaga. Pero, Chikan,
enfermó y tuve que retrasar nuestro viaje porque el cambio de clima y el tiempo
atmosférico fueran a complicar su salud. Al menos eso creí. Así que esa noche,
estando al pendiente de la criatura me sobrevino un cansancio acumulado por las
noches enteras en vigilia. De repente estaba sentada en la rivera, ahí,
donde solíamos lavar la ropa con los primos y demás familiares antes de la
revuelta. Estaba chapoteando los pies como antaño y de pronto se abrió una
gigantesca moyuna a distancia, luego se elevó una enorme ola y se fue rio
arriba como si fuese un huracán dejando un sonido ensordecedor en el ambiente
mientras los bambúes de la orilla parecía romperse con la fuerza sísmica. A
veces se comportaba así, irascible y tempestuoso. Cuando desperté estaba todo sudorosa
ya que trataba de no dejarme arrastra de la orilla sujetándome a lo que fuera. Mi
pequeño también se había mojado al estar durmiendo en mi costado, fue cuando
cogió el resfrío, pienso. Esperé a que se recupere y así fue, con unas
infusiones y preparados de los ancianos estábamos listos, entonces, salimos al
siguiente día. Solo iríamos a pasar las fiestas y volveríamos tan pronto como
acabara. Al menos eso creí.
Desde ese momento supe que estaríamos nuevamente
volviendo al pasado, pero estaba dispuesta a enfrentarlo, no permitiría por
nada del mundo dejarme arrebatar a mi criatura. Sin embargo, debo contar que
habían episodios en nuestras vidas tan extrañas que a veces no sé si nos cuidaba
o nos quería arrebatar la existencia como a las personas que se me habían
acercado. Tuve un novio a los quince años, época en que vivía empleada en todas
partes, aquel muchacho que misteriosamente se fue o mejor diré, desapareció
cuando jugábamos en el recodo. Después de prometerme amor, decidió probarse infantilmente
el valor: a él y a los que allí estábamos, subió a la palmera más alta y se
lanzó al rio y jamás volvimos a verlo. Todos lo buscamos durante días, incluso
entre las comunidades más al norte con la esperanza de encontrar su cadáver.
Pero la noche lo había soñado en la misma forma y circunstancia en la que
aquellas aguas tranquilas y calmosas repentinamente abrían sus fauces y luego
como una columna de agua se abalanzaba sobre él y lo desaparecía mientras yo
pedía auxilio y nadie respondía en aquel remanso. Años más tarde cuando estaba en
la otra ciudad, lejos de los traumas de la infancia y la adolescencia; estando ya
en la universidad, otro joven apuesto y de buenos sentimientos decidió
acercarse con el cortejo habitual de las parejas. ¡Debí alejarme, ahora lo sé!
En sueños, la voz, aquella que tenía todos los sonidos y matices del bosque me ordenó
tomar distancia porque la suerte sería la misma. No hice caso y el resultado, ya
se imaginan. Entonces, con tantas vivencias sobrecogiéndome, la anciana mujer decidió
llevarme a Pucallpa, lugar donde había aprendido el oficio de la adivinación y
el don de comunicarse con el espíritu del bosque, asegurándome que había sido
encantada o algo por el estilo, lo cierto es que a la vuelta de aquella
experiencia ancestral el joven, me dijo: me largo, hay algo entre nosotros que jamás
nos dejará vivir juntos, aléjate de mí, tú eres una mujer que ningún hombre
podrá tener. Mientras se despedía en el mercado central, un camión cargado de
plátanos lo arrolló dejándolo inconsciente. Pero antes de desfallecer por
completo alcanzó a decirme: “eres el demonio”. Podría decir que estaba
aterrada, pero había tantas cosas extrañas ya en mi vida que perdí el temor a
la muerte y sus manifestaciones insustanciales.
Finalmente, el viaje lo iniciamos ayer.
Atravesamos el túnel interregional, el Huallaga se veía plateado a distancia y
el niño descansaba en mis brazos tan tierno y apacible, como si no fuera dueño
de un terrible mal. Cuando llegábamos al recodo del Aucayacu promediando la
hora sexta de la tarde, cuando el sol en el poniente daba sus últimos rayos y
dejaba el cielo como un roja naranja, de súbito despertó dando gritos guturales
e incomprensibles, ¡¿A quién llamaba?! ¡¿Qué veía?! Fue un misterio. Luego, permaneció
atento a la ventana como si escuchara el llamado de la montaña. De repente un
auto se nos atravesó en la autopista y dimos unas vueltas de campana y quedamos
todos aterrados y en silencio bajo los negruzcos helechos de la cuneta
cubiertos de cristales, de lodo y de sangre. Todo sucedió en un parpadeo. Después
de sus gritos incomprensibles, mientras intentaba esconderle los bracitos y su
carita para que los curiosos no lo vieran, creí sentir un ligero movimiento telúrico
pero nadie más confirmó el evento. Me impacienté. La noche caía. Nos limpiaríamos
las heridas y continuaríamos nuestro viaje. Claro que la policía nos llevó de
regreso a Aucayacu para curarnos y atendernos. De los ocupantes feliz mente
nadie falleció, sin embargo, quienes salimos casi ilesos fuimos mi hijo y yo,
un signo de sorpresa les invadió a quienes nos acompañaron el viaje. Los
heridos quedaron al cuidado de las enfermeras y yo continúe junto a mi talismán
que me acababa de salvar la vida. Tenía que continuar, me reencontraría con los
familiares, nos reconciliarnos y empezaríamos una vida distinta.
Un oscuro pájaro nos ha recibido cantando
desde lo alto de un pandisho. A lo lejos las bombardas retumban en el poblado.
Después de adentrarnos en la choza de tablas que alguien ha conservado todo
este tiempo, hemos ido al río como es costumbre. Preferimos ir en la tarde para
evitar el fuerte calor amazónico. Ha sido todo una sorpresa, Uchima-Chikan ha
demostrado una enorme destreza para nadar a pesar de su corta edad. Yo estaba
impresionada, era su primer contacto con el agua de un rio torrentoso como este
y sin embargo buceaba como un niño de más edad. Pude notar el rechazo que tenían
al principio sus primos y los niños mayores, que al verlo con sus bracitos
siempre húmedos y piernitas lívidas y las orejitas puntiagudas y el cuerpito de
un viejito escamoso; pensaron en que no podría nadar y se hundiría en el arroyo,
pero en cuanto sus piernitas temblorosas tocaron el agua se convirtió en otro
ser. Para sorpresa de todos, terminó por nadar mejor que los adultos que pescaban
en la rivera más profunda. Estaban sorprendidos y maravillados al verlo, hasta
decían que la pesca había aumentado y que este extraño niño era una bendición.
El agua había devuelto el manjar de sus entrañas, dejó de temblar la tierra y
los vientos ahora eran una suave brisa que acariciaba el rostro. Se avenían
nuevos tiempos, de eso estaban seguros.
El niño, cuesta decirlo, desapareció en
el anochecer frente a mis ojos, se alejó haciendo piruetas a contra corriente, a
su lado iba su verdadero padre, el cuidador de las moyunas, montando en un
gigantesco cocodrilo. Esto probablemente lo hubiera soñado, pero la realidad ha
superado al sueño y ahora me pregunto, qué será de mí. Anoche vi que mis
familiares lloraban alrededor de mi cadáver. Tal vez ya es tiempo de volver a
empezar, es luna llena y los seres nocturnos empiezan su vaivén.
Relación de significados.
Uchima: en japonés significa
"interior".
Chikan: en quechua significa “único, distinto a todos”.
Wanqara: en quechua significa “tambor”.
Moyuna: término usado por los pobladores
amazónicos que significa “remolino”.