viernes, 12 de junio de 2020

Tres días


Tres días


Dos tristes mujeres de hormigante apariencia avanzan parsimoniosas por el sendero. Nada los detiene, todo lo comentan: el día, la mañana, la nutricia y moteada tierra, hasta la sombra que avanza, se detiene y se esconde diminuta bajo los pies. El forraje que cargan ya marchito les causa mucho pesar. Entonces sudorosas apuran los pies. Es la mujer de pies descalzos quien anima a su compañera algo más joven, que va vestida con trapos menos encendidos y avanza despacio, aflojando el hato que parece apretarle el pecho.
Ahora el viento de la pampa se ha llevado las palabras. Una tras otra jadeantes avanzan inventándose un diálogo, o tal vez, inventándose un monólogo que se comunican con solo bocanadas de aire caliente que emana de su ser. De pronto la mujer que va cortando el sendero con la frente surcada y sudorosa, detiene el paso. Soberana, mira la planicie.
─El abrevadero ─musita cavernosa.
─¡Sí, el puquio, en la hoyada!─. Contesta la joven que se alinea, imitando a su compañera que sopla en varias direcciones las nubes a manera de ritual.
─¡Apúrate, Martina! ─le grita la mujer desde unos metros más abajo. Martina seguía expulsando una nube gris que aparecía en el horizonte incólume.
Habiendo descendido en la ensenada, la menor, arroja el forraje y extasiada se acerca al abrevadero, y para refrescarse entera, imitando el salto de los batracios; se lanzó hacia el centro de la laguna salpicándole al rostro de la anciana que llenaba su recipiente en la orilla. Ríen. El líquido traquetea en la garganta de la mujer ceremoniosa…
En la orilla, Martina, se quita las prendas y las coloca sobre pequeños arbustos. A distancia, la túnica trasluce la piel cobriza de la mujer que debajo se esconde; las caderas macizas y la angosta cintura que enamorarían a cualquiera, soportadas sobre sus fuertes piernas, que podían ir y venir desde el Alklopuy hasta el arrabal al cual se dirigen (ubicada a pocas leguas del puquio). Arrastra los hatos de hierba hacia la sombra y sentada junto a la mujer vieja, sin decir palabra alguna se quebró y se dejó caer como un pichón implume desde lo alto. Felizmente, allí estaba el regazo de la mujer para amortiguarla y reconfortarla, volverás a volar palomita, le dirá más tarde, cuando reanuden el camino.
En la sombra, la mujer vieja desataba la vianda, el manjar curiosamente se había agriado, musitó algo. Aborreció entonces a la naturaleza por haberla dotado de premoniciones. Había mirado la silueta de la niña ─porque aún era niña─. Desde que emprendieron el camino de regreso, en la madrugada, había empezado el duelo, ahora el corazón le oprimía el pecho viendo a la Martina maculada en la blancura de sus trapos.
En el regazo, perdida, escrutaba la negra nube que los seguía y ya casi se posaba sobre sus cabezas, y a punto de iniciar un torrente de lágrimas en desgracia.
─¿Por qué tanta injusticia? ─dijo, mirando el rostro de Dios que representaba la faz sombría de la anciana.
─No es injusticia… solo son malas acciones ─respondió, quien sabes si pensando sus palabras. Pronto volvió del espasmo y del espanto─…y las malas acciones ¡deben corregirse! Exclamó, ya resuelta.
La vieja mujer alzó las manos y escupiendo en todas direcciones, empezó una danza simbólica y mítica alrededor de la joven. Después de un momento, transfigurada,  mirando siempre a la enorme nube gris (que quien sabe, si solo ella veía), sentenció:
─Ya está. No hay por qué preocuparse. Tu niño crecerá. Tendrá un padre y volverás a volar palomita, aquí en el campo, nuevamente libre…
─¡No! ─dijo─ y mi abusador, qué has hecho con él─. Volvió a quebrarse.
─¡Tres días! ¡Le quedan, tres miserables días!, el tiempo suficiente para que alguien se apiade de sus huesos…
Se ataron nuevamente el forraje a la espalda y prosiguieron a prisa. La nube empezaba a rozarles los cabellos con ese halo misterioso que tiene de posarse sobre las cumbres. Entre la bruma, incapaz de permitir un paso sin desbarrancarse, las siluetas grises se alejaban.
─¡Apúrate! ─se escuchó la voz apenas audible de la anciana─, maldición grande se avecina…
La niebla, borró por completo el sendero, donde el silencio mismo parecía dormido en el propio rumor de la nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario